Sam insistió. Después de una charla intensa me llevó a un puticlub para reforzar sin palabras sus argumentos, como un embate a la brutalidad de las mías. Más de un ciento de jóvenes abarrotando un antro, como corderos, como ganado para matarife. Con sus pestañas largas, sus vestidos apretados, sus tacones altos y maquillaje de porcelana, mientras nosotros dábamos una vuelta en ese mercado de carne y sexo. ¿Te crees de mente abierta? ¡Esta es la realidad! Me decía Sam golpeándome con la verdad, cruda, dura, que sabía que existía y que no pude aguantar. Si de mente abierta, sí, pero era demasiado y lo peor, no podía cambiar la realidad, esa realidad, de cientos, de miles, de millones de mujeres de cara de porcelana o de pechos caídos, protagonistas de una historia que se repite y repite.

BANGKOK THAILAND AUG 21 2006--- in Bangkok Thailand , Monday Aug. 21, 2006, where John Mark Karr DENVER POST PHOTO BY RJ SANGOSTI Source: Denver Post
-Sácame de aquí, entré en pánico, que casi nunca tengo. Sácame, le dije, y sé que salí de control porque veo las huellas de sus dedos en mis brazos queriendo volverme a tierra en esa asfixia por todo el asco de cada una de las transacciones de esa noche.
...
No pude dormir y el conductor que había contratado venía temprano. Estaba con resaca, con el cuerpo molido, con el alma partida, pero necesitaba salir de Bangkok y de los fantasmas de las prostitutas. Phetchamburi era un buen destino.

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Primero un templo en una cueva con imágenes budistas (Tham Khao Luang) que replicaban la sensación de asfixia y escalones en subida de penitencia para ir, de alguna manera, redimiendo cada uno de esos destinos.

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Después un templo de madera solitario para ir pensándolas una a una (Wat Yai Suwannaram) y finalmente un parque nacional con laberintos, cuestas y un sol abrasador para arrancar ese impacto entre visitas entre campanarios y altares. Phetchaburi desde arriba, en la cúspide (Khao Wang (Parque Histórico Phra Nakhon), te pone por encima del bien y del mal, te da un respiro, el aliento para seguir.
Pero la tregua es efímera o eso te lo confirma un mono con mirada inquisitiva, que te recuerda que el asalto de espanto está a la vuelta de la esquina.

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